domingo, 2 de febrero de 2014

Los peligros del jacuzzi

Acudo al jacuzzi un par o tres veces a la semana. Me ayuda a sentirme mejor, relajar las articulaciones y la mente y a sentirme menos cansado. En ocasiones me gusta cerrar los ojos y espatarrarme y a veces prefiero hacer movimientos con las manos y los pies. En mi gimnasio hay dos jacuzzis ambos mixtos y con cuatro plazas. Uno de ellos tiene el agua más bien templada y el otro más bien caliente. Adivinen cual prefiero. Lo han acertado, el último. El calorcillo me ayuda a alcanzar un sopor cercano a la felicidad. Este domingo tras quedarme adormilado advertí extraños compañeros de agua. A mi derecha, y nunca mejor dicho, un tipo sobrado de cejas y con un inquietante parecido al almirante Carrero Blanco, a mi izquierda un anciano risueño y calvete que se parecía al actor Antonio Ferrandis en su papel de Chanquete. Frente a mí y cual si fuera una aparición divina una joven guapetona clavada a Sylvia Kristel en El amante de lady Chatterley.

Me temí lo peor y al mismo tiempo quedé más o menos reconfortado por pensar que el cielo divino era más o menos como el humano; con actores de carácter, mujeres de buen ver y fachas de mucho cuidado.

Más tarde recapacité y concluí que por desayunar un café con leche y una magdalena con mermelada de fresa y hacer una hora de bicicleta estática, diez minutos de estiramientos y diez minutos de fitness a baja intensidad no se muere nadie.

Así pues abrí los ojos, observé a dos hombres ancianos y una belleza morena en mi jacuzzi y regalándoles la mejor de mis sonrisas partí a regalarme una ducha escocesa que me acabara de despejar.