domingo, 26 de diciembre de 2010

El coleccionista

Para sus 49 años Juan Carlos se conserva bastante bien. Le atormenta la presbicia, la nostalgia de sus años en Londres y el recuerdo de aquel amor imposible con una mujer aparentemente descasada. Mide un metro ochenta y cinco, pesa unos 95 kilos, se puede peinar sin demasiados problemas y tiene cara de niño bueno. El sobrepeso le obliga a dar largos paseos. Con la cena de Nochebuena y la comida de Navidad el cuerpo le pedía más movimiento de piernas y menos de mandíbulas. La noche del 25 durmió poco y mal. A las 6.30 de la mañana se enfundó el chandal, las zapatillas deportivas y una bufanda de alpaca. Le esperaba un largo y frío paseo desde la plaza Ibiza hasta la Plaza de la Trinitat. Le acompañaban un reproductor Creative Zen mp3 con altavoz incorporado, un cuaderno de notas, un libro de Luis Cernuda, una flamante Panasonic LX5 y un bastón de excursionista con rosca universal incorporado. La música de Paco Ibañez y otros cantautores de los 70 le recordaba tiempos mejores, el cuaderno de notas, no era más que una libreta dónde de vez en cuando escribía alguna cosilla con un bolígrafo Bic de 4 colores, pero le hacía las funciones de grabadora y tableta ipad. Escribir era un poco como hacer el amor, y aquella libreta Moleskine le recordaba los ojos negros y los senos morenos de la mujer de su vida, el cabello rubio y el sexo húmedo de la mujer de sus sueños, el desamor que le angustiaba y la relativa falta de creatividad que le agobiaba. Siempre procuraba llevar un libro de Cernuda. La realidad y el deseo eran para él lo que al amor y la muerte para Woody Allen o el bien y el mal para los cristianos. La cámara le hacía creerse que todavía era el fotógrafo que intentó ser en su juventud. El bastón no le ayudaba demasiado a caminar. Pero era una buena arma defensiva y permitía acoplarle la cámara para tomar fotos con luz ambiente. No soportaba el flahs, los golpes bajos y las puñaladas traperas.

En la plaza de Virrey Amat desenfundó la cámara y captó lo mejor que pudo las luces del amanecer. En el barrio de Porta penetró en una turbía plaza llamada oficiosamente "El corralito" y en dónde pudo fotografiar los restos de un botellón salvaje. A la altura de la Plaza Mossen Clapés, dedicada al sacerdote y reconocido historiador del antiguo Municipio de Sant Andreu de Palomar, un tipo le pidió ayuda para cruzar la calle. "Tengo un problema en una pierna y no veo bien". Un poco receloso Juan Carlos le tomó del brazo y le ayudó a cruzar los pasos cebra de la calle Gran de Sant Andreu y de la calle Arquímedes. "¿Necesita alguna otra cosa?" dijo Juan Carlos. "Muchas gracias señor, voy a tomar un café al bar de la esquina. Por cierto de que país es usted". Algo mosqueado le dijo que era de Barcelona. El tipo le contestó: "Soy disminuido psíquico y colecciono billetes y monedas de todos los países del mundo." Juan Carlos se quedó perplejo. Le dijo que no llevaba nada y continúo su caminata. Hay más fuera que dentro.