domingo, 21 de noviembre de 2010

Anestesia local

Cafetería del Parc Sanitari Pere Virgili. Un bocadillo de jamón, un bocadillo de tortilla de patata, un agua mineral, una cerveza sin alcohol. 9.20 euros.
Es necesario recabar fuerzas para afrontar tragos amargos. De esta forma mi primo Emilio y quien les escribe dimos buena cuenta de un par de buenos bocatas en un espacio amplio, soleado ventilado y libre de humo. Emilio elogio la calidad del jamón serrano, pero maldijo sus problemas dentales. Por mi parte di buena cuenta de la tortilla de patatas y maldije al cáncer de piel y a las enfermedades bordes en general. Tras un brindis por la operación vendí mi alma al diablo para que el Nevus que me iban a extirpar fuese lo más benigno posible.
El dermatólogo dijo que mi lesión tenía un pronóstico tan bueno como las medidas económicas que había tomado el gobierno de Zapatero. El cirujano comparó mi Nevus con la reforma laboral. Extírpalo sería algo doloroso, y su recuperación un poco lenta. Pero sin duda mi rostro quedaría sin señales muy pronto.
Las doctas opiniones de los galenos no dejaron de intrigarme, preocuparme y obsesionarme. Sobre todo tras leer con avidez las páginas económicas de diarios como El País y La Vanguardia. He pasado unos días con sobrados dolores de cabeza, malestar cervical, nauseas, vómitos y problemas de tensión. He consultado Internet, médicos, enfermeras y farmacéuticos que conozco por una cosa u otra. También he pedido opinión a un astrólogo y a un conocido fotógrafo científico aficionado al espiritismo y temas esotéricos en general. No he buscado consuelo en la religión, las drogas o las elecciones autonómicas. Puede que este loco, pero no soy idiota. Hay cosas que no sirven para nada bueno.
En el quirófano había mucha luz. Buena señal. Parece que sólo los moribundos perciben una inquietante y mortal oscuridad. El personal sanitario parecía ignorarme y hablaban distendidamente de música, relaciones de pareja y de los achaques de la edad. La anestesia local hizo que la operación fuera relativamente indolora. Me pareció sospechoso no escuchar comentarios sobre mi lesión. Pero tampoco percibí silencios espesos que hacen presagiar realidades amargas.
Me levanté por mi propio pie. Agradecí el trato recibido y fui al vestuario a cambiarme de ropa. Para celebrar el (momentáneo) éxito de la operación y para dar un poco de vidilla a mi primo, fuimos a un bar del paseo Valldaura para tomarnos unas cervezas sin alcohol. Hacía cerca de veinte años que Emilio no pisaba el local. El dueño había engordado y encanecido. Su socio había fallecido. Pero su mujer se conservaba francamente bien, una equilibrada mezcla de la presidenta argentina y de Ana rosa Quintana.
Pasadas cuatro horas los efectos de la anestesia se disiparon. Pero el malestar era mucho menor que el dolor y la tristeza que me produce la epidemia de cólera en Haití o esas pobres mujeres iraníes y pakistaníes que quieren ahorcar por temas de adulterios y blasfemias.
Al día siguiente un diplomado en enfermería que destapó la herida, la desinfectó y valoró positivamente la evolución de los 5 puntos que me habían suturado. Durante este tiempo he tenido algún pequeño mareo y demasiados dolores de cabeza. Al tener la lesión en la oreja no he podido ponerme las gafas de lectura. Gracias a las lupas he podido leer alguna cosa. Especialmente útil me ha resultado el lector de libros electrónicos. Lo programo al tipo de letra más grande y mi vista más o menos alcanza.
Tras una semana de vida tranquilla noté que me picaba la herida. Signo inequívoco de que los puntos están maduros. La enfermera me dijo que la herida estaba muy bien. Un poco de desinfectante y en unos días estaría como nuevo. Ahora espero con toda mi alma que la biopsia salga bien. Crucemos los dedos.