domingo, 10 de enero de 2010

La mañana

A veces me despierta con un beso, con el odioso ruido del despertador, o por una clara de luz que me aturde como la mirada de una mujer hermosa. En ocasiones paso las noches en blanco. Vencido por el sueño la espero ardientemente y cuando llega me abrazo a ella hasta quedarme profundamente dormido.


La luz solar es su compañera casi inseparable, y a veces se confunden en una sola. La mañana es sinónimo de actividad, trabajo y estudio. Claro que no todos pueden trabajar o estudiar. Algunos trabajamos en horarios atípicos e intentamos utilizar la mañana para descansar. Para nosotros la mañana es una especie de noche sobreiluminada en la que resulta muy difícil conciliar el sueño, y en donde todo placer está prohibido. Para muchos de nosotros la mañana se ha vuelto odiosa; es como una persona difícil, esquiva y resbaladiza: nunca sabes por donde cogerla.


La hora de comer nos indica que la mañana es ya una moribunda que resucitará al día siguiente. Tras la siesta, la ducha y el café, nos encontramos como nuevos. Entonces tratamos de aprovechar la dorada decadencia del atardecer para ir en bicicleta, sentarnos en la terraza de algún bar, pasear, pintar, tomar fotos... Si el tiempo es inhóspito, nos queda el recurso de refugiarnos en un cine, o en un bar musical, aunque a ser posible siempre es mejor el aire libre.


Pero por desgracia no todo el mundo puede disfrutar de la tarde; el pluriempleo y los compromisos familiares nos esclavizan, y nos impiden disfrutar de la vida.